Noche oscura. Noche de perros. Noche de perros negros. Ella cantaba en un bodegón del bajo, con voz demacrada y oscurecida por la tristeza. La miré por las ventanas y ella me vio. No entré: era inútil, no podría tenerla ni aún venciéndome a sus pies como un perro golpeado. Seguí escuchándola detrás del umbral, con la espalda entre la puerta y la vidriera. No había que llorar, decía la canción, había que esperar y entonces esperé. A las horas en que los lobos pueblan los sueños de los aldeanos, ella se presentó en la puerta, salida de la nada.
—Llevame a tu casa —fue lo único que dijo.
—Pero… ¿te acordás de la última vez? —le contesté, casi humillado.
—Llevame. —Y su tono no admitió otra respuesta.
—Llevame a tu casa —fue lo único que dijo.
—Pero… ¿te acordás de la última vez? —le contesté, casi humillado.
—Llevame. —Y su tono no admitió otra respuesta.
Se montó sobre mí, ligera como todas las enanas, y me eché a volar. Lancé mis tres graznidos de goce y la llevé al viejo campanario donde tenía mi viejo nido de cuervo.
El autor:
Héctor Ranea
El autor:
Héctor Ranea
2 comentarios:
Este cuento está poblado de imágenes fantásticas. La atmósfera gótica, la voz del narrador y el cierre son excelentes.
¡Gracias, Florieclipse! Recién veo este comentario. Te agradezco.
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