viernes, 22 de julio de 2011

¿Quién puede ser ese tonto caminando bajo la lluvia? – Héctor Ranea


Ocurren cosas en uno cuando el amor instalado se desvanece como por arte de una enfermedad. Que el amor sea una enfermedad es discutible, tampoco es cierto que el amor disuelto sea otra.
Para Meander Smith el dilema no tenía solución. El amor lo había quitado de su vida. Era uno más de esos corazones solitarios sin mañanas que poblaban la colonia con esa especie de lamento que atañe a los que el amor abandona.
Las miradas, podrían decirse tristes, de muchos de los otros pobladores, no podían ser devueltas por Meander, ya que él miraba al piso, para ver en las manchas de la arena, o en las hierbas de la pradera, si se formaba la cara amada.
Para él, todo había sido producto de un sueño demasiado real para ser cierto. Una noche le pidió un beso y ella dio ese beso tan frígido que anuncia la verdadera forma del amor. Insistió en abrazarla y sólo sintió de ella el calor de su cuerpo, pero con el aliento helado de quienes tienen en el cuerpo el saludo de la despedida. Pedía una desconexión, disolverse, aunque cuando Meander la interpeló ella dijo tener algún virus que le impedía ser como él quería.
Al cabo de esa noche, ella lo abandonó. El virus ciertamente le borró toda la memoria y el androide de compañía de Meander se esfumó dejando sólo una muñeca solitaria.
Él salió a caminar. En su larga caminata no advirtió que llovía. La gente salió a ver a ese pobre venido de la Tierra, que solitario lloraba bajo la lluvia, sin recordar que en ese líquido venían dispersos los hongos sarcófagos. Una horrible muerte le esperaba al tonto que camina bajo la lluvia.
Meander camina con una extraña sonrisa que apenas se dibuja en su rostro de carne sintética. Esperaría su final sin olvidarla.

Sobre el autor: Héctor Ranea

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