La primera vez lo oí de otros chicos, mi tío Alberto lo confirmó, y mi primo intentó asustarme con el cuento. El hombre de la bolsa viene y se lleva para devorar a los chicos malos y tontos. La historia se repitió hasta el hartazgo en mi torturada mente.
Volvía de la escuela un día lluvioso de invierno, caminaba despacio aunque debía apurarme, no quedaba ya mucha luz. El viejo, asqueroso se me acercó por detrás, llevaba una bolsa de arpillera inmunda. Cuando puso una mano en mi hombro, le cercené con mi navaja el tendón de una pierna y cuando se arrodilló de dolor le corté la yugular. Dando el movimiento correcto para que no me salpique una sola gota de sangre.
Fascinado disfruté ver como moría entre llantos y estertores. Tenía once años, y no sólo había matado a un hombre, yo era el nuevo miedo, el que asolaría la ciudad por los próximos cuarenta años, el asesino serial de la navaja.
Sobre el autor: Carlos Feinstein
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