No conozco a nadie que no haya visto un incendio en su niñez. Cuando yo andaba por mis cinco años, frente a la plaza de Luján de Cuyo se incendió una tienda y zapatería. Las mangueras y los baldazos de los vecinos no sirvieron de nada. Cuando llegaron los bomberos, las llamas se recortaban contra la noche, gigantescas. Era la víspera del carnaval, pleno verano. desde la vereda de enfrente, una casi multitud miraba cómo el fuego se comía las vigas, hasta que el techo se derrumbó. Muchos vecinos se trajeron sillas y banquetas para sentarse a mirar lo inevitable. El tonto del barrio saludaba a los sentados: "Feliz navidad" le iba diciendo a cada uno. Esa noche mis primos se quedaron en mi casa. Nos dormimos cuando ya amanecía; a tres cuadras sentíamos el sabor del humo.
Habrán pasado un par de días. Una siesta sigilosa, con mis primos, el Nené y el Chiche, nos aventuramos por entre los escombros inundados de la tienda-zapatería. Recuerdo asomando una caja a medio quemar: un zapato, el derecho, desfigurado por el fuego; al lado, el otro, intacto. Qué destino el de ese zapato. Salvarse ¿para qué? Todo zapato nace para ser de a dos, para caminar deletreando la inmensa espalda del mundo ¿Qué sentido tiene la vida de un zapato suelto?
Tomado de "La condición humana del fuego" (LNR -La Nación Revista-, 19/06/2011)
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