sábado, 4 de junio de 2011

La débacle - Héctor Ranea


—¿Le parece? —dijo el skipper. —Yo lo conozco al quelófrago y le digo que no creo que sea capaz.
—¿Usted lo conoce? Eso no está en su Currículum, Capitán —el visitante no se animaba a llamarlo skipper —dicen que lo lleva en su ADN.
—¡Uf! El tema de los ADN... ¡Otra vez con esa manganeta! En estos muchachos -señaló a la tripulación- si les hace el examen de ADN se vuelve loco. Ahí están los paramagnesios, con 74 cromosomas, siete variedades. X, Y y cinco más, ¿Me entiende? ¡Hábleles de sexo! ¡Vaya, anímese! Más allá, ¿ve ese ungucefalópodo, para llamarlo de algún modo? El ADN polimórfico de mayor variabilidad en la galaxia y acá está, prestando servicios en esta nave de suministros sin patria ni hogar. ¿Sabe qué ADN tiene ahora? Ni él lo sabe.
—Usted no puede negar el quelófrago es terroso.
—¿Y qué diantres (por no decir carajo) tiene que ver eso? ¿Acaso los terrosos no adquirieron variabilidad al acoplarse con los ujebuntis, o los ihuridas o los más chabones, los korindegons? ¿Por qué se cree que éstos gobiernan sobre el resto? ¿Porque son mejores? ¡No! Si son bastante imbéciles. Pero tienen gran corazón y eso hace que el resto tenga pena y los vote. Claro, los votan pero hacen lo que se les canta porque ni idea tienen de qué es eso. Eso lo trajeron los estadounidenses, que siguen creyendo en ese sistema cretino de dos partidos. Pero acá no funciona. No le dan la más mínima pelota. Van, votan, comen hamburguesas podridas y siguen con su rutina. Hasta los gobernantes se cagan en todo. ¡Esto es Marte!
—¡No sea ridículo! ¿Cómo van a osar poner en duda el mejor sistema de gobierno?
El skipper lo miró largamente, como el mítico padre Brown. Luego dio vuelta la cabeza para el otro lado, sacudiendo con la lengua trífida un chasquido que hizo saltar una chispa al manual de vuelo por instrumentos.
—¡No haga reír a los pollos! —dijo el skipper, y todos en la nave sonrieron sonoramente.
El visitante se sonrojó un poco.
—¿Y a qué atribuye esta débacle? —Preguntó el visitante.
—¡A qué va ser!
—Claro... Sí; esta gente fue inoculada con el veneno del rock, la droga, el sexo...
El skipper miró a sus compañeros tripulantes y rió salvajemente. Cuando se calmó, le dijo al visitante
—Usted está sonando fulerías. Le va a pasar lo mismo que esos misioneros del Monte Xuhu, mucho me temo.
—Su voz suena amenazante, Capitán.
El skipper paseó la vista sobre Marte. En cada cerro habían plantado una iglesia. Se nota que pensaba algo para sí cuando el visitante lo interrumpió con otra fruslería y entonces no aguantó más, lo surtió de un puñetazo y, en menos de lo que un bruxelio quelófrago hubiera devorado un jesuita, él lo sirvió de cena a la tropa. La gente iba a seguir culpando a los quelófragos sin saber que estaban extintos desde hacía eones.

Héctor Ranea

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