—Anduve de paseo por el infierno —dijo Zenón Yrigoitía, el vasco silbador.
—No me diga. —El Pardo Antúnez sabía que el vasco era más mentiroso que una puta italiana, de las que trabajan en el Trastevere.
—Le digo y le demuestro.
—¿Trajo pruebas?
—Montones. ¿Ve?
—¿Qué?
—Esta moneda.
—Veo una moneda.
—No es cualquiera. Le pedí cambio a Caronte.
—¡No me diga! ¿Le dio?
—Me cambió diez pesos.
—Mire usted.
—Y estas cenizas.
—De los hornos.
—De los hornos del mismísimo infierno. ¿Cómo se dio cuenta? Usted no parece demasiado avispado.
—Ya ve. Pero se confunde; soy lo bastante avispado como para saber que está macaneando.
—¿Ah, sí? ¿Necesita más pruebas?
—Algo contundente.
—Algo contundente. —El vasco sacó un paquete de Malboro del bolsillo y lo puso sobre la mesa.
—¿Y esto?
—Cigarrillos.
—¿Son una prueba?
—Son. Se los compré a Dante Alighieri. Tiene un kiosco junto a la entrada.
—¿En serio? —El Pardo se palmeó el muslo—. Eso sí que no me lo esperaba; pobre tipo. Seguro que lo mató la piratería y tuvo que rebuscárselas con eso.
Sergio Gaut vel Hartman
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