La casa tenía cientos de pasillos y puertas. Una auténtica mansión, absolutamente desproporcionada para las pocas almas que solía cobijar. Y en la sala principal de esa casa de incontables pasillos y centenares de puertas, Mariela observaba frustrada como su alumno se negaba a repetir la frase que ella suavemente le deletreaba: the cat is under the table. Los padres del niño recorrían la casa, se los escuchaba conversar en alguno de los laberintos que las paredes formaban, pero Mariela sabía que cada tanto se asomaban y observaban cómo su oficio de profesora de idioma fracasaba una y otra vez, frente a un infante que no decía en inglés lo que ni siquiera interpretaba en español. Porque aquel niño era víctima de unos padres pretenciosos que se habían propuesto que aprenda la lengua extranjera antes que pudiera balbucear las primeras palabras en el universal idioma de los niños. Y mientras Mariela se frustraba y los padres se desencantaban, el niño ponía atención en el respaldo de uno de los sillones, pensando que podía servirle de apoyo para estirar sus piernas y dejar de arrastrarse de una vez por todas.
Mariela siempre supo que la tarea encargada era imposible. Pero la paga era buena, y si bien se exponía a algunos reproches por parte de los padres que exigían una eficacia absurda, el niño era simpático y hasta creía ver rastros de complicidad en algunos gestos hacia ella. Entonces día tras día concurría a la mansión y con una paciencia admirable se enfrentaba a su alumno, que solo respondía a sus indicaciones con frenéticas palmadas en el suelo. Y así fueron trascurriendo las semanas sin ningún otro avance que la impaciencia en los padres del niño y un creciente sentimiento culposo en la conciencia de Mariela.
Aquella tarde los padres se mostraron terminantes y Mariela supuso que los días rentados estaban llegando a su fin. Por ese motivo se comportó más dulce que de costumbre, algo que el niño pareció percibir desde un comienzo, porque la atención que puso en las palabras de su profesora resultó inusitada. Y fue hacia el final de otra tarde de desencanto, que el niño elevó su mano derecha y observando hacia un lugar difuso, pronunció las primeras palabras de su vida: the cat is over the table. Mariela se estremeció y los padres se emocionaron de tal manera, que ninguno notó el error que significaba la posición del gato en relación a la mesa, con respecto a la frase original. Error que por otra parte no fue el único. Porque además lo que el niño debió pronunciar en su bautismo parlante no fue cat sino tiger. Y mientras los tres mayores asombrados abrazaban al niño, el tigre a sus espaldas celebraba que semejante comunión le ahorrara tener que andar persiguiéndolos uno por uno, recorriendo los interminables pasillos y derribando las cientos de puertas de la casa.
Tomado de:
http://hernandardes.blogspot.com/
4 comentarios:
Muy bueno. Un cuento ingenioso con un final totalmente inesperado.
Entretenido, buen giro al final.
Saludos!
muy bueno Hernán!!!
Bravo por el ingenio!
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