sábado, 7 de mayo de 2011

El llamador de vientos – Mónica Ortelli


Juega con la valva como si fuera una moneda. Es una de esas chata, lisa y dura de color gris nacarado. Le hizo un agujero perfecto cerca de la charnela, en el punto que no resiste el golpe de clavo y martillo; así podrá engarzarla junto a las otras.
La valva se desliza lentamente hacia delante y atrás por el dorso de sus dedos y ella se asombra por conservar, todavía, la flexibilidad. No sabe por qué se ha puesto a jugar precisamente en aquel momento. Será porque no ha hecho un llamador en mucho tiempo y necesita el prólogo: una aproximación a los elementos, al diseño.
El lugar donde lo colgará es muy ventoso: sonará día y noche. Extraña esa música.
Recuerda la vez que su madre le enseñó a hacer un nuevo cordel.
“Hagamos una trenza con dos hilos”.
“No es posible. Las trenzas se hacen con tres, se va a desarmar”
No sólo existía una trenza de dos hilos, sino que no se desarmaba. Un cordel prieto, retorcido, ideal para las tapas pesadas, cóncavas y rugosas de las ostras. Siete trenzas largas para cinco líneas de valvas, hicieron. Una escultura de sonido grave y movimiento aletargado.
El que tiene en mente ahora es uno pequeño, liviano. Valvas silíceas redondas, como la que tiene en la mano. De las que tintinean como campanitas y abundan en esa playa. Hilos: sólo tres, simples. Que dure lo que dure. Las trenzas de dos hebras se hacen de a dos, igual que los llamadores grandes.



Tomado del blog Ni vara ni cuchillo

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