Boris, como tantos otros, transfirió al ordenador central del Ministerio de Defensa Estelar toda su mente y quedó vacío; preservaba así toda su esencia y, en caso de caer en manos enemigas, éstas no podrían obtener ninguna información útil de él.
Algunos días más tarde, la familia de aquel cuerpo de ojos vidriosos supo que éste había dejado de existir sirviendo al planeta tal y como se le había pedido.
Cien años más tarde, en el aniversario de aquella batalla en la que tantos héroes murieron, el Ministerio decidió volver a darles la vida. Se trasladarían las mentes de aquellos héroes a las cabezas vacías de un buen puñado de clones y los valientes volverían a vivir, serían capaces de realizar el milagro de dar humanidad a cada una de aquellas fotocopias de cuerpos.
La mente de Boris ocupó su envase y empezó a ser consciente de lo que había pasado, de dónde y cómo habían quedado truncados sus días; comprendió la oportunidad que se le brindaba y midió el esfuerzo que tenía que hacer para retomar su vida.
Quizás por eso, algún tiempo después, Boris cogió un arma, destruyó su clon y se dejó libre.
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