domingo, 6 de marzo de 2011

¡Ojo con el caracol! – Héctor Ranea


Si todo lo mirásemos con el mismo desdén con el que miramos un caracol, no podríamos haber llegado hasta donde llegamos como humanos, de modo que: ¡cuidado!
No hay que olvidar que también se mira con indiferencia, con desconsideración hacia sus connotaciones, a los cadáveres recién expuestos de las arañas. Y eso es algo no muy bueno.
El caso del caracol habría que ilustrarlo con un ejemplo.
Anoche, un caracol apareció en el lavabo de nuestro baño. Como siempre, parecía una burla; lo tomé del caparazón sin mucho reparo y lo arrojé al inodoro, pero con el calor de mi mano pareciera que se hizo más fuerte y, al caer en la taza la perforó. El agua corrió hasta el desagüe de piso pero arrastrando al caracol y su caparazón hechizado y taponó la salida de forma que toda el agua rebalsó el gabinete, se coló hasta el pasillo y se absorbió en la alfombra, no sin antes salpicar buena parte de la biblioteca. Aunque después pude secar el agua, los libros manchados comenzaron a florecer de caracoles. Ahora, cada vez que abro un libro de poesía encuentro la baba de un caracol errabundo. Y si el libro es de botánica está mayormente comido. Ni qué decir de los de ciencias ocultas, que parecen emitir el sonido de la concha de los caracoles. Porque las brujas suelen moler caracoles para falsear la madreperla y las adivinas compran la molienda para hacer sus aspiraciones de verdad evidenciada por sus ojos previsores. Hay algunos artesanos que usan la concha de caracol para vestir santos de pacotilla, otros que ponen ojos a los bueyes de pesebre y hasta hay una mujer que enseña a tocar la cuica en Río que tiene lo blanco de los ojos hechos con el revés de una concha de caracol marino. Esos ojos, digo, hechizan como leer libros revisados por los caracoles de mi biblioteca. Sé que ahora conviven con mis libros de ciencias. Dejaron a la miseria los de matemáticas y todo niño que lee se queda pegado y no puede parar de leer. Años ha, uno leyó tanto que fue un matemático notable, pero se había olvidado de decir que todo se lo debía al caracol así que a la hora de elegir mujer le fue mal. Ella lo dejó por un artista de circo.


Sobre el autor: Héctor Ranea

3 comentarios:

María del Pilar dijo...

Muy poético, Héctor. Felicitaciones.

Ogui dijo...

¡Gracias, María! Ahora no puedo contestar mucho porque estoy reconstruyendo los libros de botánica... :>)

El Titán dijo...

Poético, delirante, monumental: me fascina su literatura don Ogui!

A mi me paso todo lo que usted menciona pero con una cucaracha...eso si, todavía no devení en el gran patametafísico que quiero ser...