
Con Lucía, no hubo más que sexo e instinto, como dos animales en celo   sueltos en medio de la selva. Con Azucena, empecé a descubrir el amor y   años más tarde, con Ángela, aprendí por fin a controlar mi naturaleza   primaria. Con las dos siguientes, Teresa y Yolanda, averigüé los   beneficios de la vida en sociedad, propia de los humanos y erguí   definitivamente mi espalda para exhibir mi altivo orgullo de serlo.   Pero, la rutina y el trabajo acabaron conmigo: fueron tan nocivos para   mi organismo que desarrollé unas tóxicas mutaciones en pies y brazos.   Entonces, alertado por mi instinto de supervivencia y aquejado por un   molesto picor que recorría todo mi cuerpo, me arrojé al agua para calmar   mi dolor. No había más, o sobrevivir o morir.
Ahora, ya en mi  hábitat natural y sumergido entre las profundidades,  sólo tengo ya una  única preocupación: buscar a Lucía lo antes posible  para recuperar el  tiempo perdido.
Tomado del blog http://microrrelatoapeso.wordpress.com/2010/12/03/evolucion/
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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