Viene como una flecha rota: zigzagueante, impreciso. Lo dejo acercarse, decir unas palabras, tropezarse con mis ojos. Sonrío. Él cree que es una señal y me toma el brazo con sus dedos fríos. Lentamente retiro su mano. Sonrío de nuevo. Por supuesto él cree entenderlo todo y me da su tarjeta:
—Llámame.
Llego tarde a la boda. Me conduzco hacia el único lugar disponible en una de las mesas del fondo. Al acercarme, escucho mi nombre. Es él que está sentado a un lado de la silla vacía. Me saluda efusivo. Platicamos del único tema común: los novios. Antes del postre me toma la mano. Habla de mi voz, de mi extraordinario cuello. Imagino una jirafa enronquecida y decido marcharme. Con la seguridad de que será bien recibido, se aproxima. Titubea. Me da un beso. Sus labios secos arañan mi mejilla.
—Llámame
*
Después de tres meses, nos volvemos a encontrar. Me saluda con el entusiasmo de quien ya conoce el lado tibio de mis sábanas. No me extraña. El amigo que lo acompaña parece entender ese mensaje y me estrecha la mano por más tiempo del que debiera. Los dos me dicen cosas que imaginan interesantes mientras cada uno cree descifrar con certeza los símbolos de mi sonrisa. Antes de marcharse, el amigo me dirige un guiño mientras él se despide muy cerca de mi oreja:
—Llámame.
*
Alguien me observa. No distingo bien su rostro. Las sombras móviles del bar parecen cambiarle cada segundo el gesto. Se acerca. Lo reconozco pero no le digo nada. La horizontalidad de mi boca lo hace titubear:
—¿Te acuerdas de mí?, nos conocimos hace dos años, en un concierto.
Mi memoria se ríe y pierde su nombre. Él lo pronuncia dos veces con la certidumbre de que ya no se me olvidará jamás. Me explica algo de sus trabajos. Saca una tarjeta, escribe números, direcciones, arrobas y me la da:
—Escríbeme.
*
Abro mi agenda. Paso de un nombre a otro recordando caras, señas particulares, voces. Miro el teléfono. Al hojear de nuevo la libreta, cae una tarjeta al suelo: números, direcciones, arrobas. Marco. Él me contesta algo asombrado. Hablamos sobre el concierto, sobre los novios: ¡ya cumplieron dos años de casados! Reímos. Lo invito a mi recital. Lástima, el viernes tiene un compromiso de trabajo. El siguiente fin de semana estará muy ocupado. Tal vez en quince días:
—No dejes de llamarme.
Cuelgo.
Tomado de Historias Baldías
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