Los cuatro expedicionarios caminábamos por la selva india. Un lugar hermoso y fascinante, en el que el peligro acecha cada metro que avanzas.
Y ese peligro se encontraba agazapado en un montículo de unos tres metros de altura. Sin haberlo visto antes, sin darme tiempo para reaccionar, un tigre volaba por los aires a mi encuentro.
El salto del felino desde el promontorio lo colocó en décimas de segundo a centímetros de mí, hasta que pude sentir que sus zarpas se posaban sobre mis hombros y todo su peso caía sobre mi pecho, derribándome.
Supe de inmediato que ya no tenía escapatoria, que estaba viviendo los últimos instantes de mi corta vida y moriría devorado por aquel colosal ejemplar.
Justo cuando iba a asfixiarme por la presión de sus fauces sobre mi cuello, el animal se deshizo en una lluvia de fuegos artificiales de color rojo intenso, y proyectó una gran cantidad de humo de ese mismo color.
Entonces desperté. Y supe que el tigre, con el que había estado soñando, debía ser de Bengala.
El salto del felino desde el promontorio lo colocó en décimas de segundo a centímetros de mí, hasta que pude sentir que sus zarpas se posaban sobre mis hombros y todo su peso caía sobre mi pecho, derribándome.
Supe de inmediato que ya no tenía escapatoria, que estaba viviendo los últimos instantes de mi corta vida y moriría devorado por aquel colosal ejemplar.
Justo cuando iba a asfixiarme por la presión de sus fauces sobre mi cuello, el animal se deshizo en una lluvia de fuegos artificiales de color rojo intenso, y proyectó una gran cantidad de humo de ese mismo color.
Entonces desperté. Y supe que el tigre, con el que había estado soñando, debía ser de Bengala.
2 comentarios:
¿Eras vos el dueño de los tigres que ando buscando? ¡Bravo!
Caso de que lo fuera, lamento comunicarte que se volatilizaron, Patricia.
¡Gracias por el comentario!
Publicar un comentario