Francamente no sabía por qué vibraba de ese modo, qué emoción le inspiraba ella ni qué era lo que debería sentir. A través de los años, se había involucrado paulatinamente en una situación de la cual ahora no podía evadirse, y él no veía ninguna salida; había llegado demasiado lejos. La técnica había enraizado en su vida cotidiana y los frutos del mal habían madurado. Pero ¿se animaría a pedirle consejo? ¿Era ella la indicada para sugerir el rumbo a seguir? Después de una década de convivencia habían construido tanta intimidad —o más— que la que teje un matrimonio. Pero ellos estaban separados por un abismo y estaba seguro de que si le permitía elegir, Leticia elegiría seguir con él, a pesar de que era obvio que se estaban destrozando mutuamente. Reunió toda su energía, inspiró profundo y tratando de penetrar con sus ojos y todos los demás sentidos en el universo que ella habitaba, dijo:
—Querida: nunca podré terminar esta novela; he decidido abandonarla, y no sólo eso, para no ceder a la tentación de retomarla, la voy a quemar.
—¡No! No podés hacerme eso. —Tal como él había sospechado, Leticia empezó a llorar.
—No hay otra salida. Estoy bloqueado. Me voy a dedicar a las microficciones.
—¿Y estarás con una diferente cada día? ¿Con dos o tres por día? ¡Eso se llama traición, promiscuidad; es repulsivo, perverso, roñoso!
No imaginó que reaccionaría de ese modo. ¿Celos? ¿Podía un personaje estar celoso del escritor? Tomó el manuscrito y lo arrojó al fuego sin vacilar. Leticia, a sus espaldas, descargó los seis tiros del Colt que había obtenido en una novela de Zane Grey. Dos impactaron en la nuca y los otros cuatro… ¿acaso importa?
2 comentarios:
Le faltó donar su cuerpo a la ciencia ficción.
Lo hizo, ¿qué duda cabe?
Publicar un comentario