viernes, 2 de abril de 2010

Sueños necrológicos - Víctor Lorenzo Cinca


En lo más profundo del sueño, como recién llegada de otro mundo, apareció Linda, la perrita que tuve hace más de veinte años, saltando alrededor de mi abuelo, que se fue al cielo ―según me dijeron― cuando yo todavía era muy pequeño, y a quien sólo recuerdo por las fotos que me enseñaban a veces en casa. Iba a preguntarle algo, no recuerdo qué, quizás si me reconocía ahora, tan mayor, cuando vi cruzar alegremente la acera a Juan, el chico de mi clase que atropellaron cerca de la escuela en sexto curso; Carlos, que murió de accidente de tráfico dos semanas antes de su boda, tuvo que clavar los frenos para no arrollar al chico. Recuerdo que lo absurdo de esa situación me hizo sonreír. Y entonces la calle se llenó de gente conocida: el tío de Marta, que aunque dentro de su ataúd tenía un aspecto horrible ahora parecía incluso más joven, los vecinos del cuarto que perdieron la vida con otras siete personas en el naufragio del velero en la costa adriática, Miguel y Fran, que no pudieron superar sus largas enfermedades... Al fin, harto de no cruzarme con ningún vivo en mi sueño, me acerqué a mi prima Eva, fallecida recientemente de paro cardíaco, y le pregunté:

― Pero Eva, ¿no hay nadie con vida en este sueño? ¿Estáis todos muertos?

― Sí ―respondió, con una sonrisa que no me gustó―, todos lo estamos.

Ya han pasado tres semanas desde que tuvimos esa conversación y todavía no he conseguido despertar de ese sueño. Empiezo a comprender, aunque no me atrevo a preguntarlo, que ese estamos me incluía también a mí.


Tomado de Realidades para Lelos

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