Somos tiempo, nada dura y vivir es un continuo separarse.
Octavio Paz
Octavio Paz
El mar sigue golpeando la orilla destemplada, devora la roca, se lleva su sal, deshace todos sus peldaños. El paisaje cambia lentamente de perfil. Con la tristeza ya seca, el hombre ve cómo los contornos se ablandan, oscurecen, se mezclan con el cielo negro. Un día más a punto de caer sobre sus hombros, largas horas de culpa que desploman en él su peso de lápida. ¿De qué sirve haber escapado del encierro?, se pregunta. Lleva meses, años hecho piedra, como los altos muros de su laberinto. Él, el inventor de la cuña, el hacha y las velas de los barcos, no sabe cómo rescatar el tiempo, a su hijo, cubrir el sol, ser pájaro de nuevo. Inútil, se aferra al pulso inerme, busca un latido, la tibieza de la carne que recuerda en ese brazo. Los nudillos le sangran arena ennegrecida. Entre los dedos se filtran los restos de un par de alas rotas, las que él construyó, las que llevaron a Ícaro hasta el sol y derritieron su sueño de ser ave. Y él ahí, solo, una estatua en esa playa de luces apagadas, libre, siente bajo su mano cómo el cuerpo de su hijo se hace polvo.
Tomado de Historias Baldías
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