Recostado sobre la mesa, entrecerró los ojos disfrutando del resinoso aroma del tablero y las piezas. Tenían menos de una hora de talladas, por lo que la madera aún mostraba la rugosa belleza de lo rústico. Una por una, levantó las treinta y dos las piezas del juego. Cuidadosamente revisó la textura en busca de defectos o de la más mínima aspereza.
Comenzó con los peones, ayudándose con una lupa. A medida que se sentía satisfecho a la vista y al tacto, fue colocándolos en su sitio. Segunda línea. Se había tomado el trabajo de utilizar distintos tipos de madera para cada bando. Las blancas estaban hechas de pino, mientas que las negras habían sido trabajadas en quebracho colorado. Luego del aplicarles el barniz, el trabajo quedaría perfecto. Continuó con las piezas de la primera línea, de dos en dos hasta llegar al rey y la dama.
Consideraba el tablero como una obra de arte. Tallado en treinta y dos cuadrados perfectos de dos clases de madera y enmarcados para lograr una robusta unidad. La tarea requirió una la precisión de un orfebre, pero luego de un mes de trabajo, el juego estaba completo. Sólo le faltaba aprender a jugar.
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