Exorcizar es difícil, pero no complicado.
Le sucedía cuando, al despertar, los demonios que contenían sus sueños se adherían, como lagañas, a sus ojos, resistiéndose a abandonarlo.
Agua. Agua pura, agua bendita. Toda el agua es bendita porque apaga la sed y lava. Lava las heridas que dejan los demonios. No, no eran Belcebú, ni Belial, y mucho menos Lucifer. Eran otros, que de tan comunes y corrientes, se habían convertido en los invisibles pasajeros de sus dias y sus noches: miedo, celos, envidia, intrigas y últimamente se les había sumado la maldita culpa, pero qué se le va a hacer, ya eran su cruz inevitable. Estaban siempre ahí, todas las mañanas, después de las nocturnas pesadillas.
Frotarse la cara con el agua, la cara y el cuerpo, borrar con jabón los recuerdos.
Repitiendo el ritual, para mantenerlos a raya, lograba que se escondieran en un rincón de su mente, ese lado oscuro de su persona que se ingeniaba en ocultar.
Después, un buen desayuno, el traje impecable, la corbata con el color justo, haciendo juego con la camisa impoluta, el auto, la ciudad, respetar a lo semáforos, putear a los conductores irresponsables. En fin, la rutina, que terminaba de silenciar a esos molestos demonios.
Por supuesto que en su profesión son necesarios los exorcismos.
Llegar al trabajo, tomar el ascensor, cruzar los largos pasillos, vigilando todo, con sutil mirada, mientras una fina sonrisa le iluminaba el rostro. Mecerse en el sillón, por un instante, sorbiendo el café caliente y recién servido, y las consabidas palabras de la secretaria, una muchacha mucho más bonita que eficiente.
—Doctor, ya llegaron las dos partes y los abogados, ¿los llamo para la audiencia?
2 comentarios:
Buenísimo. Me encantó cómo mantiene el suspenso y la tensión hasta el final.
Buen cuento María.
Quizá los demonios del despertar sean los que se acumularon del día anterior, en esa jornada de "normalidad" cotidiana.
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