Lo primero que se enseñaba en la Academia de Atletismo Sigmur Baraka era a correr con el brazo izquierdo doblado y pegado contra el pecho.
La Academia de Atletismo Sigmur Baraka se llamaba Sigmur Baraka en honor a Sigmur Baraka, el atleta que veinte años atrás había sacado a su país de la ignorancia mundial para trasladarlo a lo más alto de la gloria deportiva. Al merecer y al lograr la medalla de oro en aquellos Juegos Olímpicos, el emocionado Sigmur Baraka le había asegurado a su país un par de subsidios, varios elogios y más de un asombro: casi nadie conocía la existencia de esa nación hasta que ese hombre, que corría a una velocidad imposible y con su brazo izquierdo doblado y pegado contra el pecho, se encargó de solucionarlo; lo único que hizo fue correr, y su gente se vio, por primera vez, incluida en el mundo.
Todos los niños les pedían a sus padres la posibilidad de ocupar una vacante en la Academia de Atletismo Sigmur Baraka; todos querían ser el siguiente, la continuación, la gloria, el dinero, la salida de la miseria. Y todos corrían con el brazo doblado y pegado al pecho, convencidos de que el gran Sigmur Baraka había descubierto, en ese detalle, en esa originalidad, la clave del éxito. Y algunos crecían y se convertían en protagonistas del deporte, y otros se quedaban a mitad de camino, sin entender por qué, si corrían con el brazo izquiero doblado y pegado al pecho, ellos fracasaban donde otros lograban la gloria.
Entonces, veinte años después de la hazaña, un periodista le preguntó a Sigmur Baraka por qué corría con el brazo izquierdo doblado y pegado al pecho. Y Sigmur Baraka contestó que cuando era chico debía correr, veloz, diez kilómetros para llegar a tiempo a la escuela, y que lo hacía con sus libros debajo de la axila izquierda y, por lo tanto, con el brazo izquierdo doblado y pegado al pecho.
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