domingo, 31 de enero de 2010

Relaciones atemporales - Víctor Lorenzo Cinca


Él vivía a finales del siglo diecinueve; ella a principios del veintiuno. Ese poco más de un siglo de diferencia entre los dos parecía una distancia infranqueable. A veces él se sentaba en el sillón y fumaba en pipa, y se mareaba, o pegaba un sello en una carta manuscrita y la arrojaba a un buzón, sin prisas ni impaciencia, o consultaba la hora en su viejo reloj de bolsillo, unas veces adelantado y otras atrasado. Ella, en cambio, viajaba a lugares para visitar sus gentes y los rincones que no salen en las guías, se impacientaba o se preocupaba muchas veces sin motivo, y vivía sujeta a un teléfono, un ordenador, una agenda y un íntimo círculo de amistades que mantener. La cita parecía imposible pero una extraña mezcla de atrevimiento, caricias y pupilas dilatadas, permitió vencer la distancia temporal. Se encontraron a medio camino, a mediados del siglo veinte. A él se le hizo más pesado el trayecto hasta la década de los cincuenta, pues no estaba acostumbrado a viajar, y menos en el tiempo. Ella parecía llevarlo mejor, aunque a veces temblaba sin motivo o permanecía unos instantes ausente, sonriendo, pensando en quién sabe qué. Estuvieron cuatro días juntos, quizás más. Las manecillas del reloj se movían a su antojo: los minutos se dilataban en horas, y las mañanas se esfumaban como el humo de un cigarrillo entre abrazos, así que perdieron la noción del tiempo. Y también la del espacio. Entre aquellas paredes estaban seguros, aislados del mundo exterior, solos, ellos dos. Pero llegó el momento en que las obligaciones o las responsabilidades familiares ya no podían ser desatendidas y tuvieron que regresar, cada uno a su época. Y aunque sabían que podían salir del tiempo y volver a encontrarse otra vez, cuando quisieran o se atrevieran, la despedida tuvo algo de definitivo. De vuelta a casa, surcando los años en direcciones opuestas, él fantaseaba alegre con la incertidumbre del futuro mientras que ella saboreaba el amargo dulzor de la nostalgia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bellamente narrado este amor imposible... o clandestino, me perforó el corazón...

Víctor dijo...

Gracias, Anónimo, aunque te puedo asegurar que ya no es imposible, este amor. Con un poco de fe se puede viajar en el tiempo. Pásate por mi blog, a ver si encuentras algún otro texto que te convenza.

Un saludo.