—Bajó la excitación en la ciudad. —Al Shark sonrió luminosamente—. La fórmula estaba donde debía estar, fuera de peligro.
—¿Aprendió a hilar fino en la tienda de mascotas?
El terrorista de las palabras sacudió la cabeza. —Alquilé piezas de porcelana china para innovar en la materia. Pero parece que los odontólogos se escandalizaron. ¿Contesta eso a su pregunta?
—No. Hubiera sido mejor que me enseñara a pelear.
—Querida amiga: le voy a explicar algo que nadie se atrevió a enfrentar hasta hoy: escribir es lo mismo que resolver rompecabezas. Los mayores talentos se limitan a armar sus ficciones tomando una palabra de aquí y otra de allá. Nada, entiende, nada es un producto propio.
—¿Cuántas palabras? —dijo la aprendiz de asesino.
—¿Cuántas? —Al Shark se sintió desconcertado por primera vez desde que se habían encontrado en el bar de los piratas malteses.
—Cuántas palabras se necesitan para fabricar un buen relato.
—El asunto no es cuántas sino cuáles.
—Dígamelas, entonces.
—Ya se las dije. Tome la escoba, la pala; barra este texto, junte los sustantivos en un cesto, los adjetivos en otro, los verbos en el tercero. Las preposiciones, los artículos y las conjunciones puede guardarlas todas juntas en su cartera; ocupan poco espacio. Después redistribúyalas. Con un poco de ingenio y otro poco de picardía le pueden alcanzar hasta para escribir una novela.
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