viernes, 5 de junio de 2009

En el matadero de Buenos Aires, hace cien años - Carlos Barbarito


En el matadero de Buenos Aires, hace cien años - Carlos Barbarito
Cada tres o cuatro días, en tranvía, en tren o a pie llegaban desde el centro. Andaban por el mismo camino por el que entraban las vacas, por el barro y la suciedad, hasta los corrales. Allí, padres e hijos de las familias más adineradas, esperaban que los matarifes concluyesen sus tareas y, entonces, entre ruegos y súplicas, estiraban sus brazos para alcanzarles una copa, de madera o cristal. Cada copa era llenada, si del otro lado había alguien piadoso, con la sangre de las bestias. De esa sangre bebían tísicos y tuberculosos en la creencia de que en ella estaba la curación. Otros, enfermos de reuma, ponían sus piernas o brazos doloridos dentro del vientre abierto y caliente de los animales recién sacrificados. Luego se marchaban por donde habían venido, por el lodo y la mugre, hacia sus mansiones levantadas en anchas calles empedradas. Los paisanos llamaban los extranjeros a ese repetido y angustiado cortejo.

Ilustración: Nubes, Héctor Ranea

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