Escribía desde que era un chico, pero nunca había dejado de ser un garabateador de cuadernos. Los dos o tres poemas que pasaron la barrera de su propia autocrítica y llegaron a los amigos y parientes, cosecharon muecas de asco o total indiferencia.
Pero ahora es diferente, se dijo al jubilarse. Tengo tiempo, pocas obligaciones y las ganas intactas. Voy a escribir una novela. Sabía que sus conocimientos eran escasos y que la tarea que se disponía a encarar sobrepasaba largamente sus talentos, pero no le importó. ¿Y si daba un batacazo? Hasta era capaz de ver los titulares. DESCONOCIDO QUE EMPEZÓ A ESCRIBIR A LOS 65 GANA EL NOBEL. ¿Por qué no?
Una semana más tarde, con cientos de bollos de papel como planetas deformes desbordando el tacho de basura, comprendió que escribir, además de un arte, es un trabajo, una tarea de albañil que se realiza acumulando ladrillos, uno sobre otro… y hay que saber preparar la mezcla.
Entonces voy a escribir cuentos, se dijo. No voy a ganar el Nobel, como no lo ganaron Borges y Cortázar y Poe, que eran los mejores, si debo creerle a la enciclopedia, pero mi nombre aparecerá en las revistas y la gente leerá mis trabajos en el tren y el colectivo.
Tardó un poco más en convencerse. Los argumentos que imaginaba carecían de interés, los personajes languidecían, las tramas se achataban y morían al salir del primer cuarto. ¿Volver a la poesía? Sentía una enorme resistencia a hacerlo. Las burlas y humillaciones ya no eran para él. Por lo tanto… ¿qué?
Una palabra lo asaltó de repente y se le clavó en medio de la frente. Microcuento. ¿Qué es un microcuento? Breve, brevísimo, una ráfaga, un parpadeo, un aleteo. ¡Eso es para mí!
Al principio fue como siempre: borrones, mamarrachos, bagatelas impresentables. Pero al cabo de un tiempo les tomó la mano y, por fin, un día escribió uno que le pareció inteligente. No está mal, se dijo, no está nada mal. ¿Y ahora? Tras forzarse a remontar la cuesta de la vergüenza, se animó a llamar a un conocido —ni siquiera podía llamarlo “amigo” sin faltar a la verdad— y tras una serie de cabildeos que obligaron al otro a plantarle un seco “¿para qué me llamaste?” le soltó el cuentito; total, eran sólo siete palabras.
Pero una vez que las pronunció se hizo un silencio espeso y áspero; el otro no le decía nada y él prefería no forzarlo a emitir una opinión. No quería decir nada, aunque el silencio telefónico es peor que el silencio de radio, y por fin no tuvo más remedio que romperlo.
—¿Qué pasa? ¿Tan espantoso es?
—¿Espantoso? —El otro pareció regresar de un coma profundo—. No es espantoso. Es…
—¿Qué es? —apremió ansioso.
—¿Me lo podés repetir?
—“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. ¡Es bueno!, ¿no? ¿No es bueno? “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
—Sí —suspiró el otro—; es buenísimo.
9 comentarios:
JAJAJAJAJAJAJA
Sencilla(mente) ¡Fabuloso!... Era Monterroso... jajajajaja
Me atrapó, lo seguí, lo leí y me reí.
Un saludo. Jabier.
Por cierto, Sergio, es un gusto comenzar la mañana, leyendo un cuento nuevo tuyo en BNTB. Me gustó mucho, especialmente el final.
Es un cuento exquisito pero aterrador. No dejo de pensar que quizá todos los que escribimos suframos la maldición de repetirnos.
Un saludo,
http://cuentominicuento.blogspot.com/
Alejandro: lo mismo he pensado yo. Da miedo que otros tengan la llave del mismo universo. Sin embargo, es imposible que dos autores narremos un mismo hecho de la misma manera. Ahí está el valor de los textos, en el "cómo" no en el "qué".
Una vez hice un ejercicio con unos amigos, que consistía en describir un mismo objeto de manera poética. Todos los textos eran increíblemente distintos. Eso debe tranquilizarnos.
Siempre pensé que lo que escribí estaba ya en el tacho de basura de lo que tiraron la gente como Göthe, Poe, Whitman, Joyce, Gaut. Pero no, la realidad es peor, lo que escribí es lo que tiraron al tacho otros escritores, sin importar el mérito. Tal vez Florieclipse tenga razón y la inversa también sea cierta. Pero lo dudo...
A riesgo de que me tomen por hereje, debo confesar una cosa: nunca me pareció grandioso ese microcuento de Monterroso. Sí me pareció bueno, bien sintetizado, pero no me cuento entre sus fans.
Hay una canción de Marea, una banda española de rock, que en una parte dice:
"-¿Qué ha sido eso?
-Ha sido Cupido, que está hecho un cabrón".
Ese microcuento dentro de la canción sí me pareció grandioso, pero bueno, son gustos.
Tu cuento sí me gustó mucho, Sergio. Me hizo reir.
Un abrazo.
:)
Ogui: usted siempre tan tremendista. Por eso me cae bien.
Un cuento sobre un cuento, sublime, Sergio!
Comparto el criterio de Gilda. El cuento de Monterroso me parece sobredimensionado. Y el de Hemingway de los zapatitos es mucho más contundente. En Ráfagas, parpadeos, que espero resucitar pronto, hay infinidad de textos tan breves como el de Monterroso que tal vez lo superan en ingenio y contundencia. De todos modos no le niego el valor que ha tenido para impulsar el microcuento.
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