martes, 17 de febrero de 2009

Un diálogo - José Luis Vasconcelos


—¡Toc, toc!
—Quién es. ¿Dios?
—No, soy su vecino. ¿Me regalaría una poca de azúcar?
—¡Faltaba más!, adelante Don Nadie.
—Muy gentil, ya casi no hay piedras tan amables.
—No apure, tome asiento; mientras descongelo al diabético que guardo en el freezer pruebe mi exquisito pudín de médula.
—Cuánta gentileza. Para corresponder a sus atenciones le obsequiaré a una de mis hijas, así las niñas de sus ojos ya no estarán tan solas.
—Sería genial, pero crié a ese cuervo y devoró mis ojos.
—Qué lástima. Entonces me despido, no sin antes recordarle que lo esencial es insensible para los piojos, sólo con el caparazón se puede ver bien.
—Que coincidencia, lo mismo me aconsejó una gripe virulenta.
—El azar, quién si no...
—Así es... los muérdagos siempre se besan a la sombra de la pareja.
—Fue un placer, gracias por el dragón.
—No tenga usted cuidado. Al alba, azúcar; a la madrugada, sal. Saludos al vecino.
—Por supuesto. De su parte. Trabajó siete días como un loco y ahora duerme el sueño de Procusto.
—Mírelo, tan seriecito que se ve. Debo cerrar la puerta porque mi perro podría escapar y morder a una sirena, usted comprende...
—Sí, entiendo. En cordura obturada no penetran visiones. Hasta la vista. 

Tomado de http://rojanota.blogspot.com/

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