martes, 3 de febrero de 2009

Temor - Roxana Heise


Sientes temor, no puedes evitarlo. Estás mal dormido y temes al temor que desata el nuevo día. Tu rostro por ejemplo, aquel que rehúsas contemplar en los espejos, tiene algo irregular justo sobre los párpados. Cierras los ojos, lo sientes, mientras tragas la saliva de todos los infiernos y tus pupilas ácidas aguijonean con fuerza tus cuencas oculares. Luego aquellos detalles de los cuales dependes: el gastado peluquín que te cubre la calvicie, el anticuado bastón que aguarda por tu cojera y esa extraña posición que adoptas al caminar. Estás cambiando, lo sabes, estás cambiando de golpe; y una risa llantosa comienza a invadir tu rostro. Es el destino; los sueños, huyendo despavoridos desde el claustro del pasado.
Inhalas profundamente intentando purificarte; tus costillas se hunden con más fuerza cada vez, mientras un bulto perverso trasciende tu diafragma hasta anudarte la epiglotis y transfigurar tu rostro. Nada de explicaciones, Dios no gusta de mimos, así rasgaras el cielo clamando misericordia. Este es sólo el inicio de todos los finales; la muerte de tu belleza, la transgresión de tu aura, el teorema oculto de tantas frustraciones.
Cuando venga tu madre o llegue la criada y contemplen tus ojos inyectados en sangre, tu rostro que no es tal y tu cuerpo malformado. ¿Qué harás? ¿Podrás explicarlo? No eres vampiro, ni hombre lobo, ni siquiera el Chupacabras. Eres el extraño invento de un ser mucho más extraño; de esos que buscan luz en medio de las tinieblas.
Sientes temor, no lo niegas. No es maldición, ni delirio. Se trata de alguien que juega a exorcizar demonios y te tiene así, en ascuas, aguardando la piedad de algún lector compasivo que se digne rescatarte... 

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