Judas de Gamala designó a doce monjes guerrilleros para que iniciaran la santa tarea de predicar la nueva fe, enseñaran el uso de la sica a los am-haretz, y que tuvieran autoridad para sanar enfermedades, echando fuera los demonios de los cuerpos infectados. Estos eran Simón, a quien llamó Pedro, Jacobo, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Jacobo, quienes lo iniciaron en el uso de la droga sagrada, la Amanita muscaria de los acadios; también nombró a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el cananita, y a Judas Iscariote, su sobrino.
Pero antes de partir volvieron todos juntos al hogar, en Galilea, para despedirse de los suyos. Hicieron una fiesta y se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer en paz, aunque eso no les interesaba: ellos se alimentaban de setas, por lo que casi no se daban cuenta de lo que ocurría. No obstante, cuando los ancianos del pueblo advirtieron el escándalo que los jóvenes hacían, llamaron a los guardias para que los apresaran. Decían: «Están fuera de sí». Estaban fuera de sí, por cierto. Judas de Gamala, quien más tarde sería reinventado por Saulo como Jesucristo, el Ungido, el Mesías, era capaz, bajo los efectos de la droga, de crear demonios y echarlos fuera de su cuerpo, criaturas dementes y autónomas. Y ya fueran materiales o puras alucinaciones, eran tan poderosas que todos allí pudieron verlas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario