—¡Oooh, Dios! Cómo sabes lo que me gusta, cabrón —dijo Luisa apoyando firmemente las manos sobre la mesa.
—Pues no has visto nada. Así... Échate para delante que te voy a destrozar —baboseó Roberto con aire imperativo mientras perdía la mirada en aquellas carnosas nalgas frente a él.
Luisa se pasó la mano suavemente por la garganta cuando el soberbio falo entró por detrás sin miramientos y tuvo que gritar con desmesurado goce.
—Uhmmm —se derritió Roberto mientras apartaba el flequillo que le caía sobre la frente—. No sólo a mí me está gustando, ¿verdad, putita?
—¡Cerdo! Me estás desgarrando. ¡Ay, sigue!
Gemidos de placer desenfrenado salieron de la boca de Luisa en un crescendo frenético, alternándolos con grititos orgásmicos de delicia lacerada. De pronto, se le nubló la visión y las rodillas le flojearon. Roberto se apresuró a sujetarla.
—Lo siento —se disculpó ella—. Me he hiperventilado.
—Tranquila, suele pasar. Además, te noté forzado el tono cuando la clavada. Mejor descansa y seguimos mañana, queda poco por doblar. ¡Marco, borra ésta y lo dejamos por hoy!
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