sábado, 7 de febrero de 2009

Laboratorio - Federico Laurenzana


Siempre hasta que no hallan lo buscado, tendrán toda investigación con su impertinente interrogatorio perturbador. La búsqueda cuando ha sido regidora de demandas, ha sido apasionamiento de ciencia experimental entre apóstoles tubos de ensayo.
En los laboratorios nunca sé qué ufanan los científicos, mis empleados. No sé cuánto añoran siéndome nefasta la sospecha acerca de todos sus méritos. Quizá haya alquimia alguna —tal vez apenas certera— para contrarrestarles las frustradas ambiciones por conquistar una teoría nacida desde una sugestiva hipótesis allende la linealidad hasta ahora establecida. No lo sé.
Los laboratorios elaborados mediante científicos, con la mesurada, crítica y tan precisa dádiva arquitectural, postales de otro fin se me revelan, como paisajes de otro destino. Si no los veo adentro de cada una de sus miradas interrogantes, no es posible verlos. Porque nada de magias para descifrar hay en el acervo de un mirar que no demuestra la plena abstracción por asir un concepto trascendental.
Sin embargo, no comparto demasiado sus desesperanzas, sus temblequeos ante la enigmática desazón, no serenar sus miradas sobre la tubular cristalería rodeándolos. Y jamás en quien no la he visto, he vuelto a recordar.
Sépanme ciencia, laboratorio bajo continuo rodaje; sépanme labranza, cristales que en forma de tubos ya son cuanto anhelo pudiese desear. Es que un laboratorio soy. Como si fuese un sacerdote que atiende con ciencia docta, los tubos de ensayo son asequibles para quien busque. Porque jamás ha existido un resultado positivo, acertado, sin el empleo de mí.
Laboratorio soy para que de mí quiten las resoluciones o verdades de cada esperanza, de cada boca abierta e inmuta que aguarda gritar el silencio al descubrir que su voz es sostenida, comprobable.
Y cuando ya propagan sus leyes, ya lejos de mí, ya para mí extraños por haber sido su pasada clínica, me desconsuelo y hermetizo.
Me detengo, pero no callo. Porque en quien continúa soy, dentro del campo de experimentos pasionales, el confesor y compañero cuando los interrogantes saturan todo atisbo en espera fenomenal.

Sobre el autor: Federico Laurenzana

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