El silencio latía en la sangre, y ella jadeaba con él.
Cerca del corazón salvaje
Clarice Lispector
La loba extraña al viajero. Quisiera encontrar una señal suya, el signo de sus viajes. Quisiera modular con él la indocilidad del olvido convertida en arena, papeles plateados, palabras sueltas, sin significado. De tanto extrañar la loba se aleja de su lobedad para ser la que busca. El viajero sabe que en las noches ella mira el cielo y no encuentra nada más que el cielo y su silencio de estrellas muertas. Ella entonces aprieta los puños y grita su nombre al vacío. Y el viajero recoge ese grito como si se tratara de mariposas que pronto morirán bajo la luz del sol. El tiempo decidirá si el viajero regresa o no. O una aguja depositada en el centro de su corazón, una cicatriz de nostalgia, un rasguño de pena. Ella lo extraña, la que busca y escribe como una condenada a muerte viaja también, disfrazada de mendiga, pidiendo la limosna de la huella, la traza insegura, fantasmada por esos milagros de la desavenencia. Dame de comer, le pide la harapienta. Y el viajero del tiempo le regala su sombra.
Tomado de Ojo travieso (Microcuentos), Mosquito Comunicaciones, 2007
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