Ella pintaba retratos. Conocía a alguien y pintaba un retrato. Los pintaba en un estudio luminoso. Los pintaba con colores y con formas, con sonidos, colores, texturas, temperaturas y con todas las horas de la luz. Mientras pintaba, la habitaba la certeza absoluta de que sus retratos capturaban fielmente las más claras formas de la realidad. Pero un día vino un hombre y le dijo:
—Me encanta tu retrato. Es perfecto. Veo tu retrato y me veo a mí mismo. Tienes una sensibilidad exquisita.
Ella lo miró y vio su retrato y encontró que su obra era ingenua y errada: demasiado brillante. Los colores empezaron a desvanecerse, a disolverse en el lienzo. El hombre enmudeció y se alejó moviendo tristemente la cabeza. Ella rompió el retrato con lágrimas en los ojos.
Más tarde vino otro hombre y le dijo:
—Ese no soy yo. En tu retrato no pasan los años. Mírame. Estoy triste y viejo. Tu retrato es engañoso.
Ella lo miró y miró nuevamente el retrato, y esta vez no veía discordancias.
—Pero sí, mira —respondió ella—, mira tus ojos, mira tus brazos, tus manos, mira mi retrato...
—No, tu retrato me hace daño. Quiero que lo destruyas.
Ella lo rompió adolorida y con rabia, con la mirada nublada por las lágrimas.
Cuando el día se aferraba a los últimos rayos del sol se acercó un tercer hombre. Se detuvo ante la tela que contenía su retrato y lo contempló largamente en silencio. Ella contuvo el aliento. Miraba al hombre y al retrato y veía una identidad tan absoluta que casi esperaba que uno y otro se fundieran en la más perfecta forma de la forma. Ella rompió el silencio:
—No me digas que no te reconoces en mi retrato.
—Es una hermosa obra de arte —dijo el hombre.
—Eres tú —respondió ella.
—Eres muy creativa —dijo él. Luego se dio media vuelta y se fue.
Ella miró el retrato hasta que la oscuridad borró formas y colores. Entonces se secó las lágrimas de los ojos y abandonó el estudio, las telas, los pinceles. En una habitación vacía colocó un espejo frente a otro y lentamente caminó hacia uno de ellos hasta atravesar el cristal.
Publicado en Comehoras, Ediciones Mesa Redonda, Lima, Perú, 2008
No hay comentarios.:
Publicar un comentario