Cada cual tiene su oficio, y el suyo lo había llevado a terminar con la vida de muchos. Pero, en el último trabajo, algo había funcionado mal.
—Te creíste Gardel, mamarracho —le habían dicho los de arriba—. Tu ángel de la guarda te abandonó. Ya sabés lo que te queda por hacer.
Dos días tirado en la cama. Apenas la dejó para ir al baño o mandarse un trago de leche agria de la heladera vacía. Las sábanas sudadas, enredadas en pliegues estriados, le testimoniaban el borrascoso paso de las horas.
Por tercera vez sacó de la mesita de luz el .38. Pero esta vuelta se levantó, se paró debajo de la lamparita desnuda, que colgaba del techo y enfrentó la luna del ropero. No advirtió que una mosca, encantada por el tufo de su piel, lo había seguido y ahora le besaba la frente… y el ardor de la picadura lo sacó. Descargó el tiro entre los ojos, a la mosca del espejo. El cristal se deshizo en mil pedazos y, en cada uno de ellos, él vio repetida su propia muerte.
Distendido, alzó los ojos al cielo. Y se encontró con la mirada de la mosca, ahora posada en el cable de la lámpara. Desde allá arriba, recriminatoria lo miraba.
Qué locura estabas por hacer.
Él sonrió, y guardó el revólver.
Abrió la ducha, puso su cuerpo al correr del agua, y la vista se le fue al remolino del desagote, que lo dejó pensando. A los tipos como yo, se dijo, no los tutela un ángel: alcanza con una mosca.
3 comentarios:
increible!una gra pieza de suspenso
simplemente me encanto.
Natalia Parisi
Muy bueno, Antonio.Muy bien escrito y muy bien planteadas las imagenes...un abrazo....
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