Todos los sueños buscan una despedida, la mudez de la mano agitándose tan lentamente que es como si no fuera una mano, sino una lágrima. Así son los sueños en donde tú caminaste esteparia y amarilla, rodeada de trigo y sangre; dejando ir esas cartas escritas a otras mujeres por un río apasionado, dejando ir por el caudal de las palabras añoradas, todas esas palabras que en los espejos de la memoria no se pronuncian, no se escriben, no se plasman en papeles perfumados. Me leerás, sin embargo; tus ojos no podrán resistir la seducción y leerán los círculos concéntricos que el agua de mi deseo produce cuando lanza su piedra. Porque ya no hay más palabras, el adiós no requiere de discurso para convertirse en confusión, sólo se confunde entre las miles de hojas del gran libro de los perdones y las esperanzas, sólo anida allí como una nota al pie de página o se nutre de referencias bibliográficas innecesarias. Entonces, ¿qué nos queda?, ¿qué podemos acariciar ahora que es mañana y también es noche?, ¿dónde se refugiarán nuestras piernas para entrelazarse?, ¿dónde brillarán nuestros pechos para buscar el roce y el eros? Hay demasiadas preguntas y ninguna respuesta. Y no hay queja, loba de una trenza, hay un sucederse de imágenes fragmentadas, corroídas por mi fantasmal deseo. Guardo el lamento para pavimentar otros caminos, seguramente los de la muerte y el del olvido, siempre sinuosos para un corazón que se despide de sí mismo.
Pero déjame contarte mi último sueño: fue en un bosque de pinos tan altos, que el sol entraba en líneas delgadas de luz salina; cerca estaba el mar llamándonos con sus cantos de sirena. Por ahí caminamos hundiendo nuestros pies en las agujas secas. Yo aspiré el olor de tu pelo y tú lo anudaste para dejar libre el cuello salvaje que quería ser besado y lamido desde la clavícula hasta el principio de la nuca donde se anida el centro de tu mirada. Y te abracé por detrás, embriagada por una felicidad incorregible; te rodeé con todo el placer de los brazos y besé tu cuello que esperaba la tibieza de mis labios, como quien espera que le lean un cuento sin final y sin principio. Lamí esa ternura tuya, mientras nos íbamos deshaciendo de las cáscaras de ropa. Al fin nuestros pies desnudos sintieron esas agujas crujir su llamado silvestre. Y fuimos niñas de nuevo; te escondías detrás de los troncos para escuchar otra historia: "Avanzando, abre las aguas del mundo por la mitad. Ya no necesita coraje, ahora ya es vieja en el ritual recuperado que había abandonado hacía milenios. Baja la cabeza dentro del brillo del mar, y retira una cabellera que sale toda goteando sobre los ojos salados que arden, juega con la mano en el agua, pausada, los cabellos al sol se están casi inmediatamente endureciendo con la sal (...) Se zambulle nuevamente, nuevamente bebe más agua, ahora sin avidez pues ya conoce y ya tiene un ritmo de vida en el mar. Es la amante que no teme pues sabe que lo tendrá todo nuevamente".
(*) El texto en itálica pertenece a Clarice Lispector.
De El ojo travieso, Mosquito Ediciones, Santiago, Chile, 2007
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