Un beso tibio sorprende al androide femenino. Las manos diestras de Damián recorren sus curvas sintéticas, saturando su Centro de Procesamiento de impulsos que podríamos llamar placer y felicidad. Su inteligencia artificial se había equivocado: el hombre la deseaba y prefería, por encima de una mujer. Cierra los ojos, y deja que su piel de carbono orgánico siga emitiendo señales que bloquean sus procesos. De pronto, siente algo parecido a una falla de poder generalizada. Cuando su visión regresa, recorre la habitación vacía, y encuentra que sus manos oprimen extrañamente su entrepierna. Parece otro de esos fenómenos que los humanos llaman sueño húmedo, más frecuentes a últimas fechas, y que solo se calma con ese ir y venir sobre la pelvis (extraña obsesión de su diseñador, que había no solo reproducido fielmente el cuerpo femenino, sino también había concentrado las terminales nerviosas en puntos estratégicos)…
Sobresaltado, Damián se incorpora en su asiento. El androide femenino le observa, inmóvil y apagado, desde la cápsula de programación. Se sonrie a sí mismo ante el extraño sueño, y contempla las facciones perfectas del modelo experimental. No puede resistir el impulso: besa suavemente los labios fríos y va por otra taza de café, mientras una sonrisa apenas perceptible se dibuja en el rostro de ella.
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