—¿Tenemos neoprene para almorzar? —preguntó el alférez Gorch al cocinero de la NAVS Arthur C. Clarke.
—No. Y si no te gusta tomate una pastillita, pibe —contestó el cocinero.
El alférez estaba a punto de desintegrar al cocinero con su arma robada a los blefos de Marte cuando el marinero de popa gritó:
—¡Volvemos a la Tierra!
Berinchev, el epistemólogo checheno, le gritó sin disimulo:
—¡Imbécil! Estás mirando para atrás, ponete el bastón en el…
No terminó la frase porque el skipper lo corrigió.
—¡No señor! El bastón no puede ser usado como adminículo sexual. Además, el marinero de popa está en la proa y como la nave aceleró en el flato del agujero negro, su reloj está desincronizado con el nuestro. Ese grito tiene un año de antigüedad; es de la época en que viajábamos hacia la Tierra para acelerar la NAVS en su campo gravitatorio.
—Es inútil, skipper, jamás entenderé la fucking relatividad.
—Mande señor —dijo el cocinero, aproximándose fuera de foco al skipper.
—Haga una paella de conejo y pollo con agua de Valencia para festejar que sobrevivimos al gran flato.
—¡Ies, ser! —dijo el cocinero en su inglés macarrónico e hizo mutis hacia la cocina.
—A todo esto —dijo el profesor—, ¿dónde se metió Fernández?
—Estaba en el punto de vigía de proa —dijo el mencionado—. En mis computadoras se observa que Marte no está, después de todo, tan lejano.
En efecto, entre el planeta rojo y ellos aparecía la silueta inconfundible de un agujero de gusano que los llevaría, de poder ensartarse en él, a las inmediaciones del cuarto planeta.
Enfilaron la nave hacia la anomalía. Pero lograrlo era como ensartar una damajuana en el ojo de una aguja. De modo que, para poder pasar, deberían sacarle punta a la NAVS.
—Tengo la solución —dijo Pizzo Guerrin, el lingüista de a bordo—. La solución es idiomática.
—Ah, ¿sí? —dijo burlón Berinchov—. La solución es idiomática. ¿Cabalística? —El tono de burla se acentuó—. Pongámosle o saquémosle una letra a una palabra y tendremos un resultado diferente.
—Como bien sabía Löw, el rabino de Praga que creó el golem —dijo Fernández, que no perdía ocasión para hacer alarde—, “Emeth” es “verdad” y “meth” es “muerte”. Cuando el rabino borraba esa letra de la frente arcillosa del golem, el golem se detenía. Con mi perro Bobby siempre funcionó, y mejor, porque bastaba que le dijera ¡muerto! para que el Bobby se dejara de romper las pelotas…
—Otro pedante —protestó el checheno—. ¿Y cuál es la solución mágica para operar esta nave? ¿Un solo de batería que nos afine la punta a puro golpe de redoblante, tal vez?
—No, señor —dijo el lingüista respetuosamente—. Para sacarle punta a la nave bastará con agregarle una “n” a cualquiera de las putas de a bordo.
—¿Y de dónde vamos a sacar las “enes”? —El tono sarcástico de Berinchov ya rozaba el insulto.
—De aquí y de allá. Fernández podría donar dos, pero me conformaré con una. ¿Verdad que usted se las arreglará perfectamente siendo, de ahora en más, Ferández?
—Preferiría que fuera Fernádez, si no es molestia.
—Perfecto.
—Hagamos la prueba —dijo Berinchov sin bajarse de su escepticismo—. Traigan a una de las putas.
El skipper trajo a una de las putas, Samantha, y la colocó con el culo en pompa. —¿Así?
—Así —dijo el lingüista. Tomó la “ene” donada por Fernádez y la introdujo con la mayor delicadeza, con la parte redondeada hacia delante, como si fuera un supositorio. La chica no se mosqueó, pero de inmediato empezó a adelgazar y en apenas doce segundos quedó convertida en una saeta.
—¿Y ahora? —dijo el epistemólogo—. ¿Cómo se aplica esto a la NAVS Arthur C. Clarke?
—No tengo la menor idea —dijo Pizzo—. Pero con la chica funcionó.
Fernádez, que había perdido una “ene” al soberano pedo, quiso meter la mano para recuperarla, pero Berinchev no se lo permitió.
—¿Qué hace? ¡Un poco de respeto por la saeta humana!
Fernádez bajó la cabeza, apesadumbrado. La nave seguía imposibilitada de pasar por el ojo de aguja, y mientras ellos se embarcaban en el experimento fallido los marineros se habían comido la paella.
—¡Probemos convertir la nave en un camello! —dijo el lingüista.
—¡Qué buena idea! —exclamó Fernádez.
—Llamen al teólogo —dijo Berinchev—. Él nos iluminará.
El teólogo se presentó a las dos horas. Se había tomado toda el “agua” bendita.
1 comentario:
Jajaja Totalmente disparatado, pero aún me quedo pensando la relación entre las enes y als putas. No la entendí.
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