lunes, 12 de enero de 2009

Siete de la mañana, Hora del Pacífico - Marissa K. Lingen


El cielo no es del color de la televisión sintonizada en un canal muerto. Es demasiado indefinido como para eso. Siempre solíamos llamar a la estática de T.V.xzu carrera de hormigas: las hormigas blancas estaban ganando, decidíamos, o las negras.
Las hormigas negras están ganando esta mañana, marchando de un lado al otro del cielorraso de la cocina y entrando en la despensa, alrededor de la firmemente atornillada tapa de mi jarabe Karo. Ya las rocié con insecticida dos veces. El departamento tiene olor nauseabundo, dulzón y mortífero y tengo la inquietud propia de la Guerra Fría, de si viviré lo suficiente como para que, a la larga, el hormiguicida me mate de cáncer.
Parece probable. Me siento tranquilizada hasta que vuelvo a mirar hacia arriba.
Lo bueno de vivir con la Hora del Pacífico es que siempre se sabe que todo el resto del mundo ya está en acción: cuando estoy abriendo las persianas hacia un cielo menos resoluto que la televisión, cuando estoy pensando si he de tomar jugo de naranja o té, ya hay gente con el maquillaje impecable que está respondiendo la primera llamada telefónica del día en Chicago. En Denver ya se han bañado y leído algo del diario, probablemente las tiras cómicas o los deportes. En Toronto ya han transcurrido en el trabajo el tiempo suficiente como para estar aburridos. Y ni pensar en lo que lograron en Londres. Y acá, aún no comí mi adecuadamente fibroso cereal. Heme aquí, llevando pantalones de yoga que han visto semanas mucho mejores, por no decir días, y mi camisola de algodón se ha desteñido y estirado, pasando de sexy y recta a repugnante.
Pero es extraño cuando miro hacia arriba y veo siete de la mañana, Hora del Pacífico, porque el resto de ustedes está en el mismo bote. Como especie, todavía estamos boquiabiertos y no cafeinados aún; todavía ataviados colectivamente con pantalones grises de algodón con un dobladillo en la bocamanga que se está descosiendo. Me pregunto si vinieron a las siete de la mañana a todas partes o si acaban de hacerlo ahora mismo
No importa: vinieron y la nave es hermosa.
Puedo oler lluvia en el aire, que viene por sobre las montañas y desde el otro lado de la Bahía. Sería una tormenta, si supiéramos cómo tener tormentas aquí. La terracita de mi departamento me mantendrá hasta que lleguen las lluvias y desde ella yo extienda los brazos hacia arriba. La voz de mi madre, que me resuena en la cabeza, dice que necesitaré alimento antes de salir, alimento para dar la bienvenida a los recién llegados y, probablemente, también ropa; entonces me di cuenta de que el teléfono estuvo sonando, así que vuelvo a entrar en la habitación: alguien quiere hablar conmigo sobre el mundo feliz, y estoy casi lista para hacerlo.

Título original: Seven a.m. Pacific Time
Traducción del inglés: Daniel Ricardo Yagolkowski

Acerca de la autora: http://www.marissalingen.com/

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