En el abismo, en la inactividad, en el rojo, en el oscuro lado de la luna deseada. Golondrinas, gansos, diarios viejos, botellas sin mensaje, el dibujo de la deformidad del abismo, de la vacuidad del futuro.
Brazos míos. ¡Piernas!: las espero. En la travesía me serán necesarias como mis ocho extremidades de fauno. Y ahí están: mis miembros, mis ojos abisales de auscultar el súcubo, las narices de planear por los gases en las cloacas de su majestad, el recto del universo. No hay comienzo ni Big Bang ni promedio de futuros ni cuerdas calibradas ni horizontes cercanos: tenemos: sólo yermos y neutrones; valijas hechas para partir, no para llegar y el esqueleto del viandante ya exiliado: tenemos: un monstruo, un dibujo descomunal, un ala volando lepidópteros, palimpsestos quebrados y pesadillas. No hay mente.
No soy Perseo (ni Andrómeda). No soy Andrómaca (ni Héctor). No soy la garganta del diablo que mandé para devorarles. No soy la giganta de Baudelaire: apenas estoy enamorado de ella a través de él; no soy tampoco sus peores pecados. No soy yo. Debo repetir cien veces cada día: hay futuro (pausa) hay futuro (nueva pausa) o esta noche quienes me han tomado prisionero desde hace miles de siglos no me darán de comer ni mis mendrugos.
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