Lo cierto es que el gato, con mucha paciencia, aprendió a ladrar. Ladraba con fuerza, con eficacia de perro adulto. Tanto ladró que se olvidó de sus maullidos. Entonces, las opiniones se dividieron entre quienes sostenían que se trataba de un gato falso y quienes, por el contrario, aseguraban que era un perro apócrifo. Nadie tenía en cuenta su virtuosismo, el estudiado empeño que exhibía cada vez que quería soltar un ladrido. Lo peor, sobrevino cuando los demás gatos lo tildaron de traidor, cobarde, obsecuente, cipayo, etc. El mismo rechazo obtuvo de los perros, para quienes era un vulgar imitador, un alcahuete, un arribista, un desarraigado, etc.
Con pesadumbre de artista postergado y vagando sin sentido, el gato llegó un día hasta mi casa. Poco nos bastó para comprendernos. Y decidimos vivir juntos, aunque ustedes no lo crean. Le conté mi drama: nadie quiere saber nada con un perro fino, delicado, que sólo emite maullidos de gato.
Cuento publicado en el minificcionario "La vida te cambia los planes", ediciones Río de los pájaros, l994.
3 comentarios:
Una fábula dulce. Me gustó mucho.
Y la verdad es que mi perro ha empezado a emitir unos sonidos inclasificables cuando mi gato transmite los suyos, que son como los de un pato...
Me gusta mucho este cuento tambien. Y quiero un gato que ladrar. Creo que este gato estaria un "watchdog" fabuloso. (Lo siento, pero no se como se dice "watchdog" en espanol."
Muy bueno, conciso, redondo!
da para un comic de una pagina, si me lo prestan!
: )
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