Tarareó la canción sin darse cuenta. No lo sabía pero era una canción primigenia, compuesta por los primeros sonidos del universo. Esos sonidos que son la llave entre dimensiones y que permiten hacer los sueños realidad.
Sin saberlo, una retahíla de flores y plantas multicolores se fue formando a su paso. Unas con olores dulces y otras con frescas fragancias que te llevaban a hogares nunca tenidos.
Un camionero paró y recogió una pequeña flor y se la ofreció a un ejecutivo de negro bombín. Este la cogió y le dedicó una sonrisa olvidada en los días anteriores a la escuela de negocios.
Una anciana que vio esto, le lanzó un beso a un guarda de trafico que se sonrojó como un tomate, y que a su vez, de pura felicidad, dedicó un baile a todos los conductores.
De esta manera se salvó el mundo, pues un pequeño invasor con un virus mortal dispuesto a aniquilar a la raza humana sintió curiosidad por primera vez en su vida, curiosidad por ver que pasaría después. Y esa fue su perdición. Al no soltar en su momento el virus, provoco que los mortales genes mutaran en curativos y el odio fue erradicado de forma biológica del mundo.
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