viernes, 2 de enero de 2009

El filo cruel de la guadaña - Sergio Patiño Migoya


Mi esposa, mi amante, mi querida Julia. La enfermera abnegada de mis cuitas de paciente hosco. ¿Quién quiso tan pronto separarnos? ¿Y por qué así? Las almas que caminan ya por mundos diferentes cuando aún nuestros cuerpos permanecen juntos.
Deseaste ofrecerme tus delicias sin importarte que yo no fuese más que pellejo y tos. Dichoso fue el regalo de sentirte de nuevo, ángel mío: tus besos, tus caricias, tu sexo levantando lo que ya creía inútil. Por última vez pude saborear esos pechos de alabastro que el pudor marcaba en tu piel morena, gozar con tus artes amatorias aprendidas en todos nuestros encuentros anteriores. Me hiciste recordar momentos felices. Yo más joven y sano, tú siempre igual: preciosa... Como cuando te cogía en vilo y me atrapabas la cintura con las piernas, mi lengua buscando la tuya mientras con la mano me enfilabas hacia ti. Imágenes que quedarán grabadas en mi mente aun muriéndome cien veces. La Muerte... Esa maldita tramposa.
Te llevó con ella, amor. Tu cuerpo inerte sobre el mío y yo sin poder ni abrazarte.

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