domingo, 25 de enero de 2009

Caverna de abstractos - Federico Laurenzana


“…me hace cosquillas con sus ojos como ella sabe hacerlo 
y me ataja el miedo ese que tengo de morirme.”
Juan Rulfo

Desde que había llegado, el frío le balbuceaba a mi aislamiento ideario. Las estalactitas me señalaban polémico sin que yo les opusiera mi calor al haberlo dejado tras mi última ensoñación mundana; remota exaltación que jamás pude concretar. Afectado por sombríos espasmos me deberán creer aquellos cuando hube decidido habitar acá, cuando hube rechazado a mis percepciones sensoriales para albergarme en la plena abstracción. Me refiero a aquellos, no a esa mujer quien había desplegado sus saludos a pesar de la demacrada observancia que le había dirigido cuando partí.
Conos sembrados desde los ramilletes de mis cláusulas se repartían en el techo. Eran dispares cuerpos de los que yo me distanciaba para volatilizarme dentro de mis especulaciones. Distrayendo a mi concupiscencia, me elevaba para evitar el leve temblequeo del suelo, el verdín del umbral y las antojadizas flores que se empecinaban para que yo apreciara sus pétalos variables. Puesto que había optado por sentir en este mundo al del más allá, al otro tan ponderado, había tratado de deshacer nimios cruzamientos con los estímulos bajos. Y había llegado a desafiar en este infierno a sus propagadores de todo género encerrándome en una cueva donde sólo mis ideas incontaminadas residiesen.
Hasta el último cambio matizado de una semilla en fruto que no pude desconsiderar, no necesité confesiones de arrepentimiento; hasta la póstuma brisa que erizó su vigencia ante mis desdenes, me creí conforme. Eran las insinuaciones hacia un retorno —adecuado a mi interés— que no supe advertir, y que solo aquella mujer, al buscarme y encontrarme, lo explicó con el mensaje de un único parpadeo. Cuando se hubo disipado su efímera visita, hallé el incontrolable deseo de hablarle. Sabía que sus ojos parlantes no pertenecían a lo palpable, sino a lo incorpóreo.
Tan sólo desde entonces salí de mi caverna sabiendo que sobre esta tierra, sobre estas mismas hierbas, reencontraré a esa mujer, a la enviada de los ojos etéreos. No lo sé: quizás, al poseerla, se unan los dos mundos y yo resurreccione.

Sobre el autor: Federico Laurenzana

1 comentario:

Anónimo dijo...

"la femme :cette inconnue"...