A Juan José Arreola, por sus 90 años no cumplidos.
El sueño se me ha instalado con todo y pesadillas. No sé qué lo atrajo hacia mí, ni con qué oculto propósito decidió quedarse, invadir la clara penumbra donde dormía, tranquilo y casi nulo, mi inconsciente. Desde hace un mes, lo llevo dentro como sombra de mis huesos. En las noches me cubre de melosas fantasías: es repugnante dormir y verme entre rubios príncipes de rostros azulados que me ofrecen miel de sus lenguas y se derriten al tocarme como caramelos al fuego.
En el día, su presencia es igualmente molesta: el sueño me corta las palabras con una cadena interminable de bostezos, me nubla la vista, me hace cargar grandes ojeras y la sonrisa más estúpida. Pero es hábil, se vuelve voz en mi garganta, dice a todos los hombres que he soñado con ellos, que son la inteligencia que más me asombra, el cuerpo para mi cuerpo, la boca que necesito besar con cierta urgencia. Hay días que se disfraza de poema y enreda sus garras de azúcar en los ojos varones. Y todos caen en la trampa. Y me ven con ganas y certeza. Y yo que soy tímida, en los escasos minutos que me hallo despierta, me escondo donde nadie me ve, nadie me escucha. En la habitación donde solía disfrutar el insomnio.
No sé ya qué hacer para quitármelo de encima. Lo he intentado todo: pellizcos, baños con agua helada, litros y litros de café. Pero en esta batalla inútil, el sueño tiene poderosas armas: no sé cómo se ha unido a mi inconsciente: sabe de todos mis temores, de mis impulsos y complejos, de la perversa imaginación que me atormenta. Y ahora, dueño ya de mis actos, me ha sitiado: amenaza con volverme, en pleno día, la víctima de mi propias ganas de matarlo.
Tomado de http://monicaescuer.blogspot.com/
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