domingo, 25 de enero de 2009

Los cuentos que se cuentan en los ómnibus - Héctor Ranea


Mi hijo pequeño sube al ómnibus y me asegura, serio: —Arriba hay un pájaro que vuela alto: es un gorrión, pero parece un águila. 
Los niños muertos, pienso, parecen gorriones vistos desde abajo. Las águilas parecen gorriones volando mucho más alto. Arriba, en esa región desde la que sólo ellas nos ven, las águilas y los gorriones son uno.
Desde el lugar donde vuelen, las aves semejan unas a otras y sólo nos dan miedo las que en las ciudades pretenden ser águilas y son apenas cachorros de lechuza ciegos.
Mi hijo me señala el humo lejano: —¿Qué fuego es ése, al norte?
Respondo yo: —Los restos de los libros quemados ayer.
—¿Y aquellas llamas al oeste, entonces?
—Los libros que serán quemados mañana. —Le respondo.
En silencio, sin risas, con la cara bañada de luz entristecida, mi hijo habla:
—Papá, no simules. No quedarán libros mañana si el humo hoy es tanto que oculta el Sol y las aves que por ahí volarían.
—Nuestra casa arde con los libros. Los niños quemados por el fósforo ya están muriendo.
—Padre —me dice mi hijo—. ¿Acaso los niños les hemos hecho algo fatal a ustedes, que nos matan como si estuviésemos malditos?
Le respondí entre las brumas del espanto: —La guerra, las guerras matan el futuro, hijo. Matan el futuro. Es lo primero que hacen.

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