Hay un sitio al que mi padre me lleva día tras día, un pequeño lago cuyo nombre no puedo pronunciar bien, para que pueda cazar las víboras, lagartijas y salamandras que adoro. Cuando mi madre se queja, a él no le molesta, ya no. A la mañana siguiente, nos levantamos —ella está gritando, con la cara retorcida de furia, tratando de golpearnos con los puños, las palmas de las manos, un perchero, cualquier cosa que pueda agarrar— y volvemos a salir de la casa. Los gritos de ella se desvanecen cuando cerramos las ventanillas del coche. Está parada como un jorobado, ahora con todo el cuerpo retorcido, en el sendero de entrada, diciéndonos que nunca llegaremos a nada, que un esposo decente y un hijo cariñoso nunca la abandonarían así, y todos los días.
Nos alejamos y pronto estamos entre los árboles. Trato de atisbar el agua y, cuando lo hago, lanzo un grito:
—¡Allí está!
Y mi padre, aunque nunca antes me habló así, me dice:
—Sí, y estará allí todos los días, Brad... todos los días que vengamos.
A la mañana siguiente también nos levantamos y, aunque ella sigue gritando, apenas la oímos. La oímos cada vez menos cada día que pasa, hasta que no es más que un fantasma de pie en la escalinata del frente y nosotros, padre e hijo, somos reales, como la víbora de cuello anillado, tan pequeña y perfecta, y la gorda salamandra con sus manchas doradas, y la lagartija de panza azul que toma sol sobre la baranda rota, por encima del suelo húmedo que hace felices a las otras dos. Me las llevo a casa y las pongo en el terrario que me compró mi padre (aunque no tendría que haberlo hecho), el que guardo en la cabañita de secuoya (la que él me construyó) del jardín de atrás, donde nos sentamos bajo la lluvia para observar el agua que chorrea por las vigas, y reírnos, y cenar cereal servido en unos cuencos pequeños. La lagartija pestañea desde su pedacito de madera, debajo de la lámpara, detrás del vidrio. La salamandra se esconde detrás de su tronco. La víbora se asoma y también pestañea, como tratando de entender, y la lluvia no para hasta que cae la noche, y nos quedamos dormidos y nos despertamos cuando ya es de día y nos preparamos para partir de nuevo.
Esta vez, cuando me vuelvo para mirar la casa, mi madre ha desaparecido. No tengo idea de dónde está, pero ya no podrá seguir encerrando a mi hermano en su habitación. Vuelvo corriendo para buscarlo, riendo y gritando. Ahora podemos llevarlo con nosotros. Él sonríe, regordete y casi tan alto como yo. No le gustan las víboras ni las lagartijas, pero quiere acompañarnos, y por supuesto que lo hace, y nos vamos con nuestro padre, y es como tocar el cielo con las manos.
Título original: Our father
Traducción del inglés: Claudia De Bella y María del Pilar Jorge
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