La chica marcó el número desde la cabina de teléfono. Lo había hecho muchas veces anteriormente y sabía que así no la podían localizar. Una diversión inocente, al fin y al cabo, pensó. Dio señal dos veces antes de que la contestasen.
—¿Dígame? —se oyó con voz de señora de mediana edad.
—¿Han puesto ustedes un anuncio de un perro galgo que se ha perdido?
—Sí, sí. ¿Sabe usted algo? Tommy es casi como de la familia. Los niños están que no viven...
—Pues sí... Le he atropellado esta mañana con mi coche —mintió la chica.
Al otro lado del auricular se oyó un silencio que casi se podía cortar. Después un sollozo desconsolado. La bromista no podía aguantar una risa maliciosa y siguió, seria, con su macabro embuste.
—Fue por casualidad al arrancar el vehículo. Oí el golpe y vi al perro tambalearse. Me dio tanta pena que sólo quería acabar con su sufrimiento. Le perseguí con el coche para rematarlo, pero me esquivó y le rompí una pata. No vea como ladraba la pobre criatura.
Por el auricular se escuchaban gritos y lloros, que arengaron a la chica a seguir con su bromita.
—No se preocupen. Bajé del auto y le di un par de patadas para terminar con su dolor, pero nada. El animal sollozaba cada vez más y más. Cogí del maletero una lata con gasolina y se la eché encima. Luego encendí una cerilla. No vean que olor más horrible soltaba el bicho. Y unos aullidos.¡Qué aullidos! Menos mal que no había nadie en el descampado.
El auricular era un cúmulo de insultos y rabia. La bromista disfrutaba como nunca. Después el silencio.
—Tengo fotos de cómo quedó. Se las hice con el móvil. ¿Quiere verlas?
Más silencio.
—¿Señora? ¿Está ahí?
Aun más silencio. La chica sentía un placer cercano al orgasmo. De pronto, se oyó una voz masculina por el teléfono.
—¿Tienes un jersey a rayas, una gorra negra y una bufanda granate?
La bromista se quedó de piedra. ¿Cómo podían saber que vestía así? A menos que...
—¿Te has quedado sin voz? Te estoy viendo desde mi ventana —continuó la voz con rabia contenida.
—¡Era una broma! ¡Sólo una broma! —sollozó la arrepentida joven.
—Mi madre acaba de sufrir un ataque al corazón. Sólo quiero que pienses una cosa...
—¡Perdón, perdón, perdón! —sollozó la muchacha.
—…Sé quién eres. Así que huye. Huye, pensando que el día menos pensado nos encontraremos. Hasta ese momento, hoy, mañana, dentro de unas horas ¿quién sabe? Sólo piensa en esto, sé quien eres pero tú no sabes quien soy. ¿No crees que es divertido?
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