¿Qué se hace cuando se es sólo un robot en un mundo de humanos?, se pregunta Raúl mientras empuja una silla de ruedas. En ella va sentado un anciano con uniforme de rayas, en su regazo hay hojas impresas con cuentos de ciencia ficción. Su nombre es X25, los robots lo han rescatado de un hospicio. Desde entonces Raúl le ayuda a comer, bañarse e ir al baño. X25 duerme. Su cerebro está conectado a Raúl mediante una antena. X25 no habla. Sus pensamientos se deslizan a través del espectro electromagnético. Raúl no es un modelo sofisticado, de hecho pertenece a la primera línea de robots que se han construido con fines domésticos. El asunto está en que Raúl piensa. Pero sus pensamientos están anclados al pesado material del que está hecho, de allí que no puede actuar con total libertad.
Su primera misión fue en un albergue de niños entrenados para la guerra, cuando la existencia del mundo pendía tan sólo de un hilo y cuando cualquier motivo era suficiente para la aniquilación. Conoció pues la guerra, sus pústulas de paranoia, ambición y locura. Aquellos niños arrancados de su naturaleza eran como un enjambre de hormigas asesinas al acecho de un mundo que se autodestruía. Ya entonces, Raúl se pasaba las noches observando el cielo sin estrellas, preguntándose el porqué del hombre contra el hombre, el porqué de la demencia como punto de partida, el porqué de la vida como el juego más azaroso.
Luego fue enviado a la guerra. Allí fue cartero, repartidor de víveres y narrador de cuentos. Sus historias eran historias plagadas de esperanza, de paz, de anarquía. Historias mínimas que hablaban de las miserias del hombre, y al mismo tiempo, de su grandeza. Pero Raúl sólo era una máquina, así que la guerra continuó.
X25 despierta, mira a su alrededor y ve a Raúl mirar a través de los inmensos cristales. Raúl no está solo, a su lado hay otros dos. Los tres intercambian mensajes que sólo ellos entienden. X25 ve pasar estrellas y meteoritos. ¿Podrán ellos construir una nueva civilización? ¿A dónde van con tanta vehemencia? X25 dormita, cabecea. Intenta comprender el significado de los cuentos que tiene en mano. Tal vez nunca conozca el verdadero sentido de la esperanza, esa que aún en los peores tiempos reluce como una estrella amarilla.
1 comentario:
Me gustó, Roberto. Cuentos y esperanzas, una linda reunión...
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