A la tía Amelia no la podían ver soltera. Tan linda, pero ya tiene veintipico, decían como si fuera un pecado. El único que andaba solo era Ñeco. Tenía más de treinta, no había podido pasar de segundo grado y no se le conocían ni oficio ni trabajo. Ñeco, lindo como un muñeco, decía su mamá. Era el idiota del pueblo, pero soltero. La convencieron entre las cuatro hermanas y ella, que sólo tenía amor por un hombre misterioso de Buenos Aires, aceptó por cansancio. Se casaron, tuvieron una hija. Los domingos caminaban por el centro: Amelia alta y delgada con su tailleur entallado y zapatos de tacón, él, petiso, con el pelo muy corto y las orejas grandes. Iban tomados del brazo, sonrientes como si vivieran en el mejor de los mundos posibles. Ella bordaba para fuera, sus trabajos eran obras de arte. Él paseaba por el pueblo, tomaba una copita de caña en los billares, recibía una mensualidad de la familia que le alcanzaba para sus gastos y para el almacén. Un día Amelia no soportó más esa sonrisa, esa vida inventada, ese dolor enorme de haberlo perdido todo y se suicidó. Pobre Amelia, decía Mamá acariciando la hormiguita bordada en mi vestido.
JUEGOS FLORALES 2024
Hace 2 meses.
2 comentarios:
M'ha agradat molt. no res és el que sembla. I la frase final, li dóna un aspecte com si realment, se'n parla molt, però a l'hora de la veritat el que compta és el vestit que algú viu porta, o qualsevol gest.
Muy bueno, muy triste, hace pensar en cuántas Amelias andan por ahí y no tienen valor para hacer lo que ésta hizo.
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