lunes, 22 de diciembre de 2008

Genio - Héctor Ranea


Pocos lo conocieron como el oculista que, desde pequeño, en Puerto Deseado, le había cuidado sus frágiles ojos. Cuando tenía siete años su madre lo llevó al consultorio porque se quejaba de molestias al leer. En efecto, con todas las noticias sobre Laika, leyó todo lo que tenía a su alcance, aprovechando que el sarampión lo recluyó en su casa, y con el correr de los días notó ciertas cosas que reveló a su madre, lo que motivó la visita al oculista.
Sufría, en verdad, de floaters, una molestia común debida a la presencia en el campo visual del ojo, y flotando en el humor vítreo, de reliquias de la etapa embrionaria, de células muertas flotando que quedan como barcos fantasma en el vidrio gelatinoso causando, con su sombra, que las superficies que se miran queden rodeadas de motas brillantes y oscuras con formas extrañas, como de restos de arterias o pelos.
Todo esto el oculista lo sabía de haberlo visto en libros, pero jamás le había sucedido de encontrarlo en pacientes reales. Lo que más le llamaba la atención era que el niño iba cada vez menos convencido de que era, en verdad, una molestia. En efecto, una vez entrado en confianza con el médico, y aprovechando una visita sin la compañía de su madre, le contó que esas manchas, en realidad, le ayudaban con el estudio. El niño no lo sentía más como una molestia sino que le causaba hasta cierto placer. El oculista creía que no quería visitarlo más y que había inventado una historia sobre cómo esas manchas le ayudaban formando en su mente un concepto claro de todo aquello que leía.
El niño terminó siendo el mejor estudiante en todo aquello que intentaba. En dibujo comenzaba como todos, pero al tiempo era capaz de resolver todos los enigmas de las formas y las luces. En matemáticas fue sorprendente el cambio a poco de ponerse seriamente a estudiar. Él, usando como confidente al oculista, decía que los resultados se le aparecían conformados por las manchas y que sólo tenía que seguir lo que ellas le dictaban. 
Fue el mejor estudiante de la ciudad. Siguió estudios universitarios de matemáticas en la capital. Alguno podría haberlo cruzado en los pasillos cuando era un estudiante común y no le hubiera dado ningún crédito. Sin embargo, pronto fue reconocido por todos debido a su velocidad de aprendizaje y su capacidad de resolver problemas y aún de inventarlos. Cuando fue llamado a estudiar con los mejores investigadores del país, más de uno ya pensaba que entre ellos había pasado un genio.
Él comentaba con pocos su molestia con los cuerpos flotantes pero, al margen de algún comentario de circunstancia, nadie daba crédito a las cosas que decía estando ebrio acerca de la ayuda para entender el significado de las abstrusas fórmulas y conceptos de la física y la matemática.
En algunos círculos internacionales se lo consideraba ya un sorprendente investigador. Era el líder en varias disciplinas y eso sin mencionar que su pasión por el arte y la música lo hacían brillar también en el ambiente artístico. Por aquel entonces, la Guerra Fría le dio un marco dramático a la puja por llevarlo a cualesquiera de los lados del Muro. Pero él siguió fiel a la costa santacruceña y se quedó lo más cerca posible de ella así que, salvo ocasionales viajes con fines puntuales, siempre permaneció de este lado del mar. Por eso nunca ganó el Nobel aunque fue candidato muchos años, sobre todo porque muchos de sus descubrimientos habían abierto nuevas miradas sobre el mundo y su realidad. Todo lo que leía, decía él a sus amigos, se lo debía a esos flotadores en el fondo del ojo. 
Pocos entendieron su último deseo de entregarlos a la ciencia. El viejo oftalmólogo de Deseado fue llamado a analizar el extraño fenómeno que había aparecido al fallecer este investigador. El hallazgo no fue una sorpresa para el viejo médico patagónico. Al presentar a los ojos una fórmula matemática, los flotantes se organizaban dándole a la retina una imagen subrepticia del significado de la misma. Al mostrar una cara, le formaba la imagen del interlocutor y un código de confianza. Decidieron realizar un transplante antes de que la Guerra Fría diera un destino cruel a esos genios de los ojos. Por eso, se puede decir: esos ojos aún vagan entre nosotros. 

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