En cuestión de gerundios zarparon y se hicieron a la mar de tinta. Ese fue el punto de partida. Iban hacia el norte guiados por sus esdrújulas. Al grito de “la letra con sangre entra”, tomarían posesión de la Antigua Tilde.
Les adjetivaron un sinfín de calificativos, pero mantuvieron su fe de erratas y como complemento directo acentuaron su decisión.
La travesía fue larga. Interrogantes, sortearon situaciones adversativas y horrores ortográficos; fumaban puntos y lanzaban comillas, y en sus oraciones se encomendaban a Santa Tecla, patrona de los apóstrofes.
Algo muy sustantivo, del verbo hicieron carne; también se nutrieron de aves cedario, pescaron diptongos y saciaron una sed adverbial con filtros silábicos.
Sortearon renglones torcidos, enfrentaron paréntesis y un diéresis de tantos, una capitular puso los puntos sobre las íes, lanzó una parrafada y determinó que sin taxis, o con ellos, el momento de las yuxtaposiciones había llegado.
Entre signos de admiración tomaron posesión del nuevo continente gramatical y comandados por Versales, los versalitas instauraron el estado de coma.
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