martes, 16 de diciembre de 2008

Drummer 3 - Héctor Ranea


El amigo Cacho, camionero viejo y colega allá en la Patagonia, se encontró con Syd antes de su partida. Él le cuenta sus peripecias. ­Hay un punto en el que ves lo que resta del camino porque es todo en bajada, hasta la costa de un mar que se distingue de las mesetas sólo por el color, tan plácido es. No pocas veces te tocará bajar esa cuesta con nieve y tendrás que poner atención para no caer por los laterales a la montaña desnuda. Cierto que con los camiones que viajan hoy día es difícil hasta quedarte dormido, pero no está de más que te lo diga, sobre todo por la época del año en la que te toca ir. Los caminos están desiertos, nadie sabe quién los ha hecho. En uno de mis viajes me tocó llevar a un arqueólogo y me confesó que, en realidad, no se sabía. Que la historia que contaron desde el gobierno era falsa. Ni qué decirte que desde entonces, hasta que pedí jubilarme, me ponía un poco tenso viajar por esos caminos. En los comederos nunca faltaba el que sabía por un amigo de otro amigo que aquí en el Sur, o que allá en el Ecuador, o que a pocos kilómetros de ahí, algún camionero que había parado a mear se había quedado canoso absoluto al ver alguna cosa que nadie acertaba a saber qué era. O el cuento del que se quedó dormido con los brazos abiertos y al despertar tenía esas cosas enrolladas en el hueco dejado por sus brazos, hasta que se fueron por sí solas, pero al tipo ya no le quedaba pelo o no se le paraba nunca más o tenía para siempre insomnio. Así que, sabiendo lo que yo sabía, desde entonces esos cuentos de camioneros aburridos y llenos de testosterona, me preocuparon seriamente. Juro que nunca vi nada de eso, pero confieso que no paraba nunca fuera de los comederos. Siempre que me bajé del camión lo hice en compañía de otros. Los caminos desiertos. Los extraño un poco, no te vayas a creer. Pero en el fondo, bien en el fondo, agradezco que, con el dinero de la jubilación, pude volver a la Tierra.

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