domingo, 21 de diciembre de 2008

Dis-curso - Mónica Cazón


Mónica se había preparado con una algarabía propia de su permanente entusiasmo. Iba a nacerle otro hijo y no podía menos que estar radiante. Estaba convencida de que las palabras que había escrito al descuido pero con un profundo sentimiento, no iban a reflejarla, y mucho menos expresar con exactitud el mundo de encontradas emociones del que era presa. Cuando llegó el momento, luego de una noche entre tragos, luces y música, tomó sus hojas y comenzó a leer:

“Buenas noches, quiero agradecer a los presentes por acompañarme en este festejo. Considero que el acto de crear debe celebrarse y por este motivo los he convocado. Los que me conocen saben que no soy amiga de las presentaciones por diferentes motivos, pero igualmente me parece válido convalidar el esfuerzo. Antes de adentrarme en otro tipo de consideraciones más peregrinas, voy a permitirme agradecer al Dr. David Logma autor del prólogo de mi libro y la persona que me introdujo en este apasionante género literario. Me atrevería a decir que al acogerme entre sus autores y la gran familia del microrrelato ha hecho suyo el dicho castellano (algo alterado para la ocasión), de que lo discreto no quita lo valiente y confío que su acogida no se vea desperdiciada y que los lectores concedan a este mi primer libro de microrrelatos, el crédito suficiente para que puedan disfrutarlo. 
Dicho esto, y antes de una breve lectura de un extracto del libro, voy a permitirme unas palabras no sobre mi libro, cuyo interés e importancia sólo podrán juzgar leyéndolo, sino sobre la literatura (aunque sea a través de mi relación con ella), que es lo que en definitiva venimos a celebrar aquí. 
Mi dedicación a la literatura está vinculada en gran medida al apasionado y difícil mundo de la lectura, a las experiencias emocionales e intelectuales de toda mi vida y que todavía hoy, pasados los años, siguen latentes y apelo a esa fuerza para continuar y prolongarme en el acto de leer y escribir. Diría que la literatura me ha dado mucho más: me dio el precioso regalo del que hablaba Goethe, el de una vocación que nos acompaña y obsesiona a lo largo de toda una vida. Y me dio, andando el tiempo, cuando pude dedicarme en serio a ella, un deseo constante y una tensión casi cotidiana. Me ha hecho sufrir, desde luego, y han sido muchos años empeñados en escribir. A cambio he recibido algo que me complace mencionar especialmente ahora: un interés sincero por todos los géneros literarios, por la lingüística, por la difusión de las letras a través del quehacer cotidiano. También he experimentado la sana curiosidad por la trama íntima de las vivencias de las personas, por sus combates y la confusión con que soportan las dos fuerzas contradictorias que llevamos siempre con nosotros, lo que se podría llamar el viejo universalismo griego y el individualismo moderno, esa dualidad permanente entre la certeza de formar parte de un destino común y el sueño tan arraigado de una individualidad absoluta. 
En este me comprometo con los temas de siempre: la vida, la muerte, lo cotidiano, las relaciones entre padres e hijos, el matrimonio, el sexo y sus variantes y temas que tocan la sensibilidad y no dejan de despertar mi interés: las enfermedades de la vejez, la homosexualidad, la anorexia, la bulimia, y la ternura, por supuesto. También está presente la tecnología, con sus aportes y sus interferencias en las relaciones humanas.
Si tuviese que definir de algún modo este texto diría que es un libro que se compromete con los conflictos de este siglo y en el que la aparente oscuridad emocional en la que se ven envueltos los personajes de los distintos microrrelatos queda iluminada, por paradójico que parezca, por la luz que sus propias emociones generan, la brevedad, el despojamiento y la ironía de un género que resulta cada vez más conocido, interesante y proteico. 
Por último, agradezco a los aquí presentes, a mis amigos escritores: Sergio, Julio, Leticia, Raúl, Ana Laura, y Mauricio. Y hacer extensivo mi agradecimiento, admiración y afecto al escritor Rolando Ramos Gucemas por su ayuda desinteresada y permanente en todos los proyectos literarios que emprendemos a diario. Muchas Gracias".

Dicho esto, Mónica sonrió tímidamente y no tuvo tiempo de saludar y mucho menos entender. Una bala le atravesó el cuerpo y cayó desangrándose lentamente. Su marido nunca soltó el arma.
Al día siguiente los diarios hablaban de celos, y una triste historia de amor.

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